lunes, 18 de mayo de 2009


Arriesgar la vida


Joseph Goebbels


La magnitud de una meta está siempre en relación directa con la magnitud de aquello que se está dispuesto a arriesgar por ella. Cuanto más alto es lo que se quiere, tanto mas alto lo que se ha de aventurar por ello. Lo ultimo siempre puede ser solo ganado arriesgando la vida.
En esto se diferencia un movimiento revolucionario en forma definitoria de un simple partido parlamentario. El parlamentario persigue solo coparticipación en el sistema y para ello arriesga, a lo sumo, el prestigio y la continuidad de su partido. El revolucionario quiere todo o nada. No quiere coparticipación, sino el poder absoluto y el solo derecho de determinación. No cree que también tiene razón, sino que esta íntimamente imbuido de la convicción de que él y solo el tiene razón. No quiere hacer valer también sus ideas, las quiere convertir en el principio único decisivo de la vida estatal. Y para ello aventura el precio mas alto que seres humanos pueden en esta tierra arrojar en la balanza de la decisión: arriesga por ello su vida.
Poner en juego la vida es también la única e infalible pauta para la honradez de un espíritu revolucionario y para la veracidad de sus portadores. Exponer la propia vida, a ello también el hombre de sentir heroico solo esta pronto cuando cree en la magnitud de la meta fijada y esta ciegamente convencido de la necesidad de su logro. No es cierto que el hombre de cualquier modo y sin motivo entrega voluntariamente su vida. Nadie muere gustosamente, tampoco el héroe. La frase de la muerte dulce por una causa, esa se la dejamos a los bardos burgueses. La muerte es siempre amarga, y solo se acepta confortado y sin protesta, cuando se va a morir por una meta por la cual vale la pena entregar una vida.
Las Ideas y los Estados existen solamente por la disposición a morir de sus portadores. Un sistema cuyos representantes ya no están prontos a morir luchando en sus peldaños esta condenado al hundimiento. El representante jamas puede sustituir la propia disposición de arriesgar la vida, por la disposición a morir de bravucones alquilados. El que lleva una causa con responsabilidad, debe anteponerle su propia vida. Solo tendrá duración cuando sus representantes en cualquier momento están dispuestos a poner por ella en juego su vida.
La monarquía Wilhelmínica no sucumbió porque era vieja y perimida: la República de hoy no es ni mas joven ni mas dinámica que lo fue el sistema que en 1918 fue reemplazado por ella. La Monarquía cayo cuando ya no se encontró nadie dispuesto a luchar y, si era necesario, también a morir por ella. Guillermo II no perdió su trono porque ese trono fuese ya solo un anacronismo en el siglo 20; eso no lo era mas y quizás menos que la república de Weimar. Perdió lo ultimo porque ya no quiso arriesgar lo ultimo por ello. La corona alemana rodó por el polvo porque su portador mas joven ya no estaba decidido a defender su corona de acuerdo a la ley según la cual conquistaron esa corona sus antepasados. Lo ultimo también requiere la aplicación de los últimos medios. Todo gran hombre es, en el momento decisivo, también siempre un audaz retador del azar.
Si la historia lo ha elegido, eso lo decide solo el éxito. El que nada arriesga tampoco nada gana. En esto la política muestra semejanza con los juegos de azar. El que apuesta mucho puede perder mucho, pero también ganar mucho. Por cierto la postura en si aun no asegura la ganancia. Tiene que agregarse una buena porción de suerte. Esa se tiene o no se tiene. Pero la suerte siempre esta con aquel que la tienta. El hondo sentido de toda grandeza humana y de todo éxito terrenal reside en la palabra tan frecuentemente trivializada: "¡Y si no ponéis la vida, jamas ganareis la vida!".
Cuando César pasó el Rubicón, cuando Federico irrumpió en Silesia, cuando Bismarck declaró la guerra a Austria, cuando Mussolini marchó sobre Roma, cada uno de ellos arriesgó todo, para ganar todo. Arriesgaron cabeza y cuello para la consecución de su meta. Y la historia los bendijo.
Un sistema cuyos representantes no están ya dispuestos a morir combatiendo sobre sus escaleras, está destinado a sucumbir. Caerá cuando se le oponga una idea porque es más grande, más arrebatadora y mas viviente, determina a sus portadores estar prontos a morir, a la lucha y a abrir brecha.
El programa del Nacionalsocialismo termina con las palabras: "Los Jefes del Partido prometen, de ser necesario como riesgo de su propia vida, a abogar desconsideradamente por la realización de los puntos precedentes."
19-VIII-1929

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